jueves, 10 de febrero de 2011

¿Qué pasa a los 40?

Estudiar, terminar la carrera elegida, conseguir trabajo, casarse y tener hijos. Ése es el orden natural con el que crecimos la generación del 60 y el 70, así deben ser las cosas. Lo cierto es que, en el camino, uno se encuentra con un montón de obstáculos que debe sortear para lograr esos cometidos, además de dejar de lado algunas tentaciones que nos invitan a desviarnos del sendero. Para eso nadie te prepara, llegan sorpresivamente y cada uno, a su manera, lo va sorteando.

Podríamos decir que a partir de los 20, las tres décadas tienen características propias. A los 20 ya prácticamente you’re on your own, sos dueña de tu destino y debés decidir hacia dónde dirigirte, es la década de la preparación. En estos años todavía hay algo de soñador, de naïf, de lúdico, en las metas que nos fijamos a mediano y largo plazo. Mantenemos ese ímpetu del adolescente que nos permite enfrentar, a veces, los desafíos con cierto desparpajo y una pizca de arrogancia. Es la década de los primeros logros, terminaste la carrera, empezaste a trabajar, te mudaste sola…Empezás a sentir que ya estás al día con tu generación mayor y saboreás la independencia: conocés un nuevo significado de la palabra libertad. Sí, también para llegar a eso sufrís como una condenada, cada examen que perdés es una tragedia, los hombres desfilan por tu vida en una inconciente búsqueda del “indicado”, que comienza a desesperarte si te acercás a los 30 y todavía no lo conseguiste. En este punto hay dos opciones: o encarás la situación al mejor estilo Carrie Bradshaw o te deprimís y te encerrás en tu trabajo tirando mala leche a diestra y siniestra. Está en vos.

Llegaste a los 30, la década del trabajo duro, afuera y en casa. Empieza el dilema entre el éxito profesional y el premio a la madre perfecta. Conocés la culpa. Descubrís, ahora sí, al hombre que elegiste para que sea el padre de tus hijos en todas sus facetas (que no siempre son las mejores). La realidad de la vida adulta empieza a sacarte esa cara de ingenua feliz que traías de los 20. En estos años tenés que afianzarte, lograr tu lugar en el trabajo, tener hijos, criarlos a ellos y a tu marido, ocuparte de la casa y del colegio, todo al mismo tiempo. Como si esto fuera poco, tenés que sacarte esos 5 kilos que te quedaron de los partos, endurecer lo que tus niños, con tanto amor, ablandaron y estar perfecta. Acá se definen los límites, no sólo los que tenés que imponer, también los que tenés que decidir para vos misma: o la vida se te pasa por el costado y los 40 te despiertan una mañana de invierno con un baldazo de agua fría, o la mirás de frente, la disfrutás, la exprimís, la vivís. Ahhh, ¿quién dijo que era fácil? En realidad, literalmente, nadie, pero uno lo cree así porque existe una especie de acuerdo tácito entre los mayores de no contar sino hasta que estás ahí y entonces decir “y si…¿vos qué pensabas?”.

Entonces ¿qué pasa a los 40? A los cuarenta, es tu turno. Ya fuiste hija, ya fuiste mujer, esposa, madre…ahora te toca a vos. Por eso los 40 es la década en la que llegás a la plenitud, recuperaste tu espacio, tus hijos ya soltaron el primer belcro que los adhería a tu espalda, volvés a disfrutar de tu intimidad, seguís trabajando, seguís creciendo, más tranquila, con otra energía y con la sabiduría que da la experiencia (además de la que te dio el psicoanálisis). Ahora la balanza debe inclinarse más hacia el disfrute que hacia el trabajo. Recuperás la relación con tu marido, si lograste seguir casada, si no te amigás contigo misma, o te crees de nuevo una niña de 20 con mariposas en el estómago si encontraste una nueva relación. ¿Y qué si no llegaste hecha una Valeria Mazza? A los 40 te das cuenta que eso no es lo que importa, la belleza que te van a envidiar es la que sale por tus poros cuando mirás hacia atrás y te das cuenta que lo lograste, tu cara va a iluminar con la tranquilidad del deber cumplido y las metas alcanzadas. De eso se trata, cumplir 40 no es ninguna tragedia, al contrario, es la oportunidad para reencontrarnos con nosotras mismas y disfrutarnos.

4 comentarios:

  1. Indudablemente una perspectiva netamente femenina, algunos puntos son unívocos, otros distantes, pero no siempre es tal cual, estoy siempre pensando que al diablo con los años, si el espíritu supera todo, le exijo su presencia urgente y permanente, lo peor que ha hecho el caos humano es encasillar todo, y ahí impone los pasos con hormas de tiempo, sino andarás descalzo. Todo es posible en Todo, una cosa agradable es el fluir del texto, un cuento que no es un cuento. Un saludo. jorge

    ResponderEliminar
  2. ¡Gracias Jorge! Es mi perspectiva producto mucho de la observación...que aún no cumplo con alguna de esas etapas, claro que es generalista, a ello cada uno le agrega su color.

    ResponderEliminar
  3. Virginia, soy editora de la Revista ser FAMILIA, una nueva publicación de El Pais y me gustó mucho este post, quería pedirte autorización para publicarlo, por supuesto citando la fuente. Mi mail raquelo@adinet.com.uy, gracias

    ResponderEliminar
  4. Muy acertadas tus reflexiones, Virginia. Y muy realistas. Respetas el lugar que los sueños demandan, pero les pones los límites que conviene a un proyecto de vida: los de la realidad, los de la responsabilidad, los que cada década de vida te dicta.

    Y eso dice mucho de ti. Y ese mucho es bueno, claro.

    Abrazo
    Javier

    ResponderEliminar