domingo, 11 de marzo de 2012

La isla

Vivo en un barrio en el que queda un reducto de aquella vida de barrio que hicimos cuando éramos chicos, cuando las puertas no se trancaban, cuando las casas no tenían rejas....es un reducto de apenas cuatro manzanas que se juntan en el viejo almacén de la esquina, atendido por el mismo dueño que me vio crecer y, ahora, su hijo, que creció conmigo. Una isla en este mundo de rejas, miedos, donde el titiriya ya está, ya está, el rin raje, la payana en el murito del vecino o el cordoncito en la cuadra quedaron en el recuerdo como un eco que resuena en los oídos de los padres que lo vivimos, y que hoy nos resistimos a reconocer que ya no se pueden jugar.

Esta isla también tenía y mantiene algunos de los personajes típicos del barrio de los 80's. Uno de esos personajes nuestros era "la pocha"; una vieja que siempre fue vieja, desde que tengo memoria, que recorría las cuadras con su chismosa haciéndoles los mandados al veterinario, al panadero, averiguando y, claro, comentando, vida y obra de cada uno de los que habitamos las cuatro manzanas. Hace pocos días supe que "la pocha" había muerto...y eso me hace reflexionar. Porque "la pocha" era de los últimos vestigios que nos quedaban de aquel barrio en el que crecí, la veía todas las mañanas con su vestido/túnica (debía tener varios iguales) y su chismosa y su mano cerradita con sus anotaciones de a quién debía jugarle o comprarle qué. Todos los barrios tenían su "pocha".

En la isla, mi isla, intentamos mantener a fuerza de voluntad algo de esa convivencia pacífica, de una confraternidad identitaria convocándonos sin decirlo, en las tardes agradables, en la esquina del almacén donde los niños aún aprenden a andar en bicicleta, en triciclo o se juntan para jugar carreras a media cuadra de distancia, mientras conversamos, tomamos mate o un refresco. Intentamos mantener aquello cuando los hombres de las cuatro manzanas se reúnen una vez al mes a comer un asado en la calle, hecho en un medio tanque, cuando el tiempo lo permite y en la casa de alguno en invierno, con la buseca del que mejor sabe hacerla.

 Es un privilegio seguir en esta isla que los nuevos vecinos reconocen al poco tiempo de haber llegado entrando en este clan de solidaridad y buena vecindad que casi no existe en estas sociedades consumistas, individualistas y egoístas. Un lugar en el corazón de la cada vez más reducida Montevideo que solemos recorrer y utilizar, donde los niños aún pueden experimentar un dejo de aquello que hicimos nosotros cuando tuvimnos su edad...aunque lamento reconocer que habrá chismosas, pero ya no habrá más pochas.