jueves, 10 de febrero de 2011

¡Bienvenida al club!

Es lo que deberían decirle a cada mujer que da a luz a su primer hijo. Definitivamente es un mundo aparte, nadie va a entender nunca a una mujer madre como otra mujer madre…quizás desde el esfuerzo tenaz de la amistad pueda alguien que aún no ha procreado, comprender lo que escucha, pero cuando se encuentre en el lugar verá que nunca imaginó la intensidad del cambio.
Cuando de niños se trata la conversación, no es preciso conocer a tu interlocutora, todo lo que diga te será familiar y se generará una extraña complicidad de solo saber que “vos-sabés-de-qué-te-estoy-hablando”. Porque no es solo lo que dicen las palabras hilvanadas una tras otra, sino los conceptos, ideas, imágenes, sensaciones y sentimientos que esconden detrás, en ese segundo plano tan difícil de ver y entender para los hombres y demás mortales que se encuentren fuera del club.

Ahora el problema está en aceptar que la cosa es así. Podrán pelear eternamente, padre y madre, marido y mujer, o reconocerse en los primeros años de vida de la criatura cada uno en su lugar: el 80% le corresponderá inevitablemente a ella y el restante 20%, para quien tenga suerte, será patrimonio de él. No vale la pena luchar contra esta ley de la naturaleza porque ella se ocupó de incorporarlo en la información genética del niño. Él sabe, cuando nace, que su vida dependerá de ella y se encargará de recordárselo cada vez que parezca haberlo olvidado. No hay abuelos, no hay tíos, no hay maridos, no hay padrinos ni amigos que puedan, por más que lo intenten, aplacar esa necesidad de “madre” que el niño requiere.

Es así que nos volvemos monotemáticas, perdemos la libertad de hacer y deshacer a nuestro antojo, de despertar cuando se logró saciar el sueño, de no tener preocupaciones (nunca más), en definitiva, perdemos la libertad, con todas sus letras -¡ni siquiera volvemos a ver las vidrieras de siempre sin pensar qué podríamos comprarle al vástago! Cuando recuperamos un poco el espíritu y la fuerza luego de esa experiencia única en todos sus términos que es parir, intentaremos recuperar al menos un poco de espacio, empezaremos a empujar los pensamientos ligados al hijo a un costado para forzosamente generarle lugar a otros que nos sean propios, nuestros. Empezaremos a actuar fuera de su círculo, a retomar la lectura (en la que inevitablemente intercalaremos algún que otro “manual para padres”), a visitar amigos… Será ésta una lucha interna constante entre la culpa y la necesidad. La culpa no nos abandonará nunca en nada de lo que hagamos. Así no tenga cabida, encontrará siempre un rincón donde acomodarse y en vano será intentar luchar contra ella. Menos energías nos costará, intentar ignorarla y dejarla tranquilita donde está. Claro que la intensidad y permanencia de esta lucha dependerá siempre de la cantidad del elemento “susanita” que cada una tenga como parte de sí. No se trata de ser más madre o menos madre sino de sufrir más o sufrir menos, lo que es inevitable, es el verbo.

Ser madre es para toda la vida. La que tenga la suerte de contar con la propia estará más aliviada, quien no añadirá otro componente de angustia a su ya difícil de llevar maternidad. Para todas existirá un punto en el que criarán hacia arriba y hacia abajo, en ambas direcciones. Desde la escucha de viejos instructivos que tienen más de treinta años y ya no corren hasta ver como en un segundo se puede deshacer lo que nos llevó horas de rezongos y malos humores inculcar.

Es así que cuando estamos decididas a no repetir la pesadilla, notaremos que el crío tiene demasiada atención y todo un mundo, demasiado grande, que gira a su alrededor…en el fondo, muy en el fondo de su conciencia, la madre encontrará rápidamente la solución a tal conflicto, pero no se atreverá ni siquiera a insinuarla. Mientras tanto, esa loca idea hará su trabajo de hormiga y lentamente logrará que, ya rendida ante tan elocuente evidencia, verbalice la necesidad de repetir la historia mientras entre dientes murmurará “la puta madre…”
No, ser madre no es para cualquiera, pero es casi igual para todas.

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