sábado, 14 de diciembre de 2019

Los ritos y el duelo

Hace cuatro semanas falleció mi tía. A sus 89 años, y con más de diez en otro tiempo, otra vida en un mundo interior muy suyo, podría decirse que era esperable y hasta natural. Sin embargo, el momento en el que el corazón se apaga es siempre abrumador.

Es la primera muerte familiar que tengo que ver, que decidir, que dirigir. Esa soledad me golpeó quizás más que despedirla a ella como una ola que sin aviso nos pasa por encima y por algunos días nos deja en cámara lenta, tratando solo de respirar. Vemos, escuchamos y hablamos en otro ritmo. "De la muerte lo que más espanta es que la vida siga ahí, tan serena. Mientras, nosotros la lloramos" escribió Ángeles Mastretta hace algunos años. Encontré sus palabras buscando otras en las que habla sobre los ritos que tienen algunas religiones para enfrentarla, hablarla, acompañarse mientras pasa la pena.

La tristeza y la nostalgia no tienen por qué ser necesariamente malas, yo creo, como ella, que hay que saber recibirlas, procesarlas y dejarlas ir a dónde sea que vayan....hasta que la vida las llame de vuelta.

Hacía tiempo que veía reflexiones sobre el Alzheimer en distintas versiones, fotos con largos texto, videos, mensajes con un factor común como regla de oro: ellos dejan de reconocernos, pero nosotros no. No había entendido hasta ahora por qué estos mensajes los sentía a veces moralistas y tenían algo de molesto.

Porque no es cierto. Es una enfermedad que sigue misteriosa, que tiene múltiples formas, que puede ser muy larga y dolorosa, no para el que la sufre, sino para el entorno. Uno cree que va haciendo un duelo lento, una despedida larga, mientras la persona que conocíamos se va y otra viene a remplazarla. Jung contestaba ante la pregunta sobre si su mujer, con Alzheimer desde los 68 años, aún lo reconocía, que la pregunta correcta era ¿Aún la reconozco yo? Cabe, en muchos casos, responder "No".
Yo no reconocía, muchas veces, a esa señora que apenas me miraba cuando iba a verla y parecía sonreír por educación con mirada perdida y lejana, como mi tía. Mi tía se había ido hacía tiempo y el golpe fue sentirla volver por un segundo en el mismo instante en que se apagó. En ese momento realicé que aquella señora, era ahora mi tía que había muerto. Hay, entonces, dos duelos y está bien.

Los viejos no deberían morirse, dice Mastretta, deberían esperarnos. Pero como eso no se puede, sigue, los que nos quedamos deberíamos mejorar los ritos. Los que no tenemos religión que nos guíe tenemos que evitar volver a correr como si algo se nos escapara, solo para disimular a quién acabamos de perder.

Tómense el tiempo y encuentren su rito. Éste, es el mio.