domingo, 24 de marzo de 2013

La emoción de la vida


Tengo miedo de que el tiempo pase y la vida no me deje sacar todo aquello que vengo acumulando en mi ser. Suelo perderme en la rutina mundana, en la pereza autoprovocada con la complicidad de la caja boba o en molestias estériles que cargo desde la oficina y que, al final de cuentas, no pueden darme más que alguna enfermedad…y sé que no vale la pena.

No me había dado cuenta de cuánto extrañaba leer hasta que volví a abrir un libro, de cuánto extrañaba ser yo misma hasta que un amigo que camina junto a mí desde los  nueve años, me llevó a cenar como hace quince, de cuánto me gusta y hace bien escribir…hasta que volví a mimarme con la poesía de los cuentos de Ángeles Mastretta y todo casi en un mismo día…

La emoción de las cosas se llama y es la emoción de la vida, ésa que no quiero que pase por mi costado sin haberla contado, porque la vivo, la observo y la quiero. Es la nostalgia con las palabras justas, los recuerdos sublimes, en la pluma correcta y es casi imposible no encontrar un rincón de uno en alguna página, no superponer nuestros propios recuerdos, nuestras propias nostalgias que nos tiran sonrisas y provocan esas lágrimas dulces que nos abrazan con el recuerdo para darnos calor.

Es domingo,  el barrio amanece tardío y la luz del sol otoñal entra por mi ventanal con un silencio que aturde.  Estoy en mi rincón de paz, mi lugar en el mundo, con  mis libros, mis recuerdos, mis historias entre la madera que acompaña a mi familia desde tantas generaciones, añorando a tantos, algunos de los que me separan mares y continentes enteros pero que comparten conmigo estas sensaciones y tampoco encuentran tiempo…es mi refugio.

Es esa intensidad que le da consistencia a nuestras vidas.