domingo, 14 de agosto de 2016

Que no se enfríe el corazón


El día a día nos hace olvidar alguna cosas básicas y necesarias, instintos primitivos que anulamos con el celular, la tele, las necesidades de nuestros hijos, el trabajo… Una es el abrazo, ese momento en el que se dice tanto sin palabras, que se da y recibe al mismo tiempo, que reconforta y mima el alma. Las caricias y los besos quedan de lado sustituidos por actos mecánicos a los que los corre un tiempo ficticio, sin ternura. El don de la palabra se menosprecia y se dice más con lo que no se verbaliza…dejando a la libre interpretación del estado de ánimo del destinatario, su significado. En un tiempo en el que tantas cosas parecen evidentes, en el que los te quiero se ahorran porque son obvios y los emoticones sustituyen emociones que solo deberían tener sentido dichas con la mirada puesta en tus ojos, hay que cuidar que no se nos enfríe el corazón.

Una muy querida amiga/madre/abuela me lo repite con alguna insistencia: no permitas que se enfríe tu corazón. Creí entender desde el primer día lo que quería decir…ahora le encuentro otro significado, no menos triste, al verlo en otras personas y me urge sacarlo de mi sistema, como una especie de exorcismo que proteja al mío de cualquier contagio. 
Cada vez más gente se siente sola rodeada de gente, no encuentra espacios (porque no se los da, no se los permite), o no sabe qué hacer consigo misma si de repente está en genuina soledad. Y la soledad no es para todo el mundo. Es necesario, y hasta sano, saber disfrutar de estar consigo, sin embargo, no deja de sorprenderme la soledad acompañada de tanta gente…y cuando soledad se instala, después de un tiempo, en tu corazón, lo enfría...perdemos ese vínculo entre lo interno y lo externo de nosotros mismos y es un camino muy difícil de desandar.
Voy a preferir siempre la honestidad, la verdadera amistad, el amor en su sentido mayor, más puro y asexuado, si es más genuino que un acto disfrazado de ternura que solo suple una necesidad, porque ése es un primer escalón al que no me quiero habituar. Nadie debería. Los besos y los abrazos no pueden tener horarios y este siglo está empecinado en ponérselo a todo, está en nosotros permitírselo...o no.  
  

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