Mi madre fue
criada en una familia aristocrática que bien entrado el siglo XX seguía
viviendo de acuerdo a los códigos y la estructura del 1900. Hija única de
padres mayores, entabló mayor vínculo con su niñera y las empleadas que con su
madre…no recuerdo una sola historia que haya salido de la boca de mi madre que
involucre a sus padres y una sonrisa nostálgica. Los relatos solo hablan de
grandes ausencias. Repitió siempre, sin embargo, el cariño que le profesó su
abuelo paterno el poco tiempo que lo tuvo a partir de dos fotos que tiene
impregnadas no solo en su memoria y que quizás, la ayudaron a lo largo del
tiempo a crear ese recuerdo.
Mi madre no nació fuerte, tuvo que serlo.
Creció
con dos mundos muy distintos, uno estático en el interior y otro muy dinámico
en el exterior. Entre el 40 y el 65 el mundo cambiaba, la sociedad adolecía y
crecía con cambios también políticos y revolucionarios, mejores o peores…se
movía. Aquella casa que no vi construir pero que me tocó desarmar y verla desaparecer
para poner en su lugar dos simples edificios exigidos por el moderno Pocitos,
mantuvo intocable el alma del mundo que la erigió en 1929 hasta casi cumplido
el año 2000.
Cuando pudo, con aquel cortocircuito interior con el que tuvo que
discutir toda su vida, hizo con todas sus fuerzas, de su propia casa el hogar
que ella no tuvo. Hizo de madre y padre, pasó de la aristocracia a pensar en
pedir asistencia pública porque la familiar se negaba a hacerlo en la medida
que lo necesitaba, nos protegió de las violencias que había fuera de nuestra
casa en los 70 y nos arrastró en cada una de las manifestaciones que trajeron
el regreso a la democracia porque la libertad no tiene precio, abrazó el
concepto italiano de familia que traía mi padre que, a pesar de ser una familia
de dos, él y su hermana, respetó la reunión de domingo como rito sagrado y
mantuvo todo lo que pudo las tradiciones cristianas cada vez que correspondía.
La vida la golpeó enviándole una hija con deficiencias mentales con la que hizo
lo mejor que pudo, con las herramientas que la vida le había dado y que la
ciencia limitada de la época le indicaba.
Mi madre abraza, abraza mucho y
fuerte, dejando parte de su corazón en cada uno de sus abrazos. Puso alma y
cuerpo, le gritó a la vida con fuerza, se armó como pudo y salió, fue la que
tomó siempre, al final del día, las grandes decisiones. Le tocó pelear con
distintas violencias protegiéndonos siempre con un instinto casi animal.
La vi cuidar a
sus padres en sus últimos años con el amor que nunca le dieron y lloró el vacío
que la naturaleza le dejaba poniéndola primera en la fila de su concreción. Vi
el alivio que representó desarmar una estructura de la que no podía sacar más
valor que la historia que guardaba en sus bibliotecas, sus muebles y sus
cuadros.
A pesar de esto, mi madre nunca les quitó a sus padres la oportunidad
de tener nietas y nos dio a nosotras la oportunidad de crecer con abuelos que
nos dieron un cariño y una memoria muy distinta a la suya.
No nació fuerte,
tuvo que serlo.
Fue tres madres
distintas, las reconozco a las tres, puedo llegar a entender a cada una y saber
que probablemente yo tuve a la mejor de ellas.
No nació fuerte,
tiene que serlo, ya no quiere. Y está bien.
En su tercer
acto, tiene otras luchas. Ya corrió, ya se ocupó, ya decidió. Ahora quiere que
la acompañen, que se ocupen de ella, que la abracen...y está bien.