Hay clubes dentro de los clubes…es
lo que descubrimos luego de un tiempo e identificar a la gente real no es
fácil. El encasillar a las personas y pre juzgarlas no es de nuestro tiempo, si
bien existió siempre, ahora es más ruidoso…las redes morales facilitan ese
camino. Demoramos en entenderlo, pero el verbo es fundamental para desenredarte
de esa telaraña y seguir adelante.
Todos nos equivocamos y por eso
está bueno buscar a quienes consideramos y explicarles nuestra versión de la
historia, decirles que nos lastimaron, sin querer, pero que sus personas valen
más para nosotros que eso. Después dependerán de sí.
Esta otra cara del divorcio, más
externa, de a ratos reaviva la tristeza. La desilusión solo resta y a veces
demoramos en darnos cuenta. Cuando creías que ya estabas cruzando la meta,
llega un comentario tergiversado, una mentira, una mala actitud en un mal
momento y basta para revivir aquel golpe de soledad todo de nuevo, paso a
paso. Porque hay clubes dentro de los
clubes y en esta etapa, por tus hijos, el club “padres de colegio” adquiere una
dimensión que sorprende. El instinto primitivo de proteger a tus críos te lleva
a prestarle atención a algo que, en realidad, no importa.
Quien no se preocupa por escuchar
la otra versión de las cosas (seamos claros, todo prisma tiene más de una cara),
es porque no le interesa. En todos los grupos humanos hay gente que prefiere
pasar el tiempo adivinando y juzgando a otros sobre conjeturas que les cierran
en sus cabecitas y tranquilizan sus vacíos, porque las reasegura en sus propias
existencias. Ladran Sancho…y lo que
digan solo habla de sí mismas.
No hay que perder el norte: que
tus niños sigan siendo niños, que no ocupen lugares que no les corresponden,
las miserias de los adultos deben quedar entre los adultos, y si alguno no
cumple con esta premisa hay que hablarlo con ellos (con los niños, claro),
siempre hablarlo.
Eso, que ladren
Sancho…
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