jueves, 2 de junio de 2011

El tiempo en tu tierra.

En uno de mis pasajes por Europa, hace unos años, quedé con una clara sensación de lo que significa el tiempo de acuerdo a donde estamos. Estuve una semana en Portugal y una semana en Francia. Dos países bien distintos, a priori, entre ellos y a nosotros.

La posibilidad de emigrar está en todos nosotros, ya hoy es parte de nuestro ser uruguayo y creo que no hay quien no se lo cuestione en algún momento. De hecho la emigración de jóvenes preparados académicamente ya no tiene que ver directamente (ni siquiera) con problemas económicos, al menos no en el punto de partida. Pasa por otros parámetros más difíciles de detectar a veces, como la valoración de su trabajo, el reconocimiento, independientemente de que les permita vivir en términos económicos.

Cuando me fui a estudiar a Lisboa y el año lectivo terminó, teníamos la posibilidad de quedarnos, teníamos la oferta necesaria para quedarnos, pero volvimos. Volvimos por ese qué sé yo que tiene este país, porque es nuestra casa, porque están aquí nuestras familias, porque le teníamos fe, porque reconocíamos que todavía había una calidad de vida distinta, porque queríamos. Sin embargo este país se empeña en echar a su gente y confieso que me fui a Francia y a Portugal con una mirada atenta a lo que estos países podían ofrecer. Tengo una hermana radicada en Francia hace muchos años, que, claro, considera que podemos hacer y ser mucho más allá que acá. De emigrar, entraría en la categoría de los que se van por hastío, por acumulación de desilusiones, de tanta política barata, de sentir que nos toman el pelo desde los distintos gobiernos. Entraría en la categoría de los que se cansaron de la falta de respeto y la desconsideración del prójimo, desde el ejemplo más simple de dejar tirados los carritos de supermercados en el frente del auto vecino, hasta el que deja el auto estacionado en doble fila en hora pico por no perder dos minutos de su tiempo y estacionarlo media cuadra más lejos, donde había lugar. Los uruguayos consigo mismos pueden llegar a ser terriblemente desagradables…sin embargo hay algo, sigue habiendo algo.

Francia es un país que funciona, desde nuestras realidades funciona y muy bien. Nantes es una ciudad impecable, limpia, perfecta. La gente es súper amable, las indicaciones son claras, clarísimas, hay un orden nórdico y ese orden se respeta. Tanto que costaría acostumbrarme. Portugal es un país mucho más latino en nuestro sentido. Lisboa tiene esa desprolijidad en el justo límite, es un punto medio entre esto y aquéllo. Pero tiene también algo muy europeo que, empiezo a creer, es lo que nos hace volver al sur: el uso del tiempo.

Ya sea por un tema de distancias, de formalidades, de modo de vida, los días parecen ser más largos en un sitio que en otro. Ninguna de estas ciudades se caracteriza por ser grande en comparación con Montevideo, sin embargo el día no da. Y tiene mucho que ver con la manera de vivir, el uso del tiempo es muy distinto. A las 7 de la tarde se está cenando, el día terminó. Acá le estamos dando la última vuelta al mate, pensando qué haremos de cenar. Esto permite otro tipo de relacionamiento, lo que también hace a la calidad de vida. Nos tomamos el tiempo, y parecería que los días tuvieran una consistencia distinta, una chance más a que no pasen por el costado y, por allí, se te vaya la vida. Es una actitud exportable (y en todo caso que se lleva muy bien con los españoles) pero quizás no sostenible en el tiempo. A pesar de que considero que estoy cada vez más lejos de lo que el ser uruguayo implica y de que me siento cada vez menos identificada con este ser nacional, valoro mucho mi tiempo, porque este uso que nosotros le damos permite compartirlo y cada vez más, esto, se torna fundamental. Tener tiempo para aquello que te hace bien, compartir la charla, el silencio, observar, aprender, callar.

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