jueves, 14 de julio de 2011

MITTELEUROPA: Un paseo de la mano de Milo Dor (Segunda parte)

El Sur: Istrie, Venecia, Toscana, Lombardia, Trieste.

El sur para Milo Dor representa, por sobre todo, el mar. Un mar del que siente nostalgia “cual pez en la tierra” y hacia el cual, apenas llega la primavera, parte a su encuentro.
Siguiendo el orden cronológico del libro, Istrie es el primer destino de viaje. Aquí se encuentra la calma, se encuentran las culturas croata, eslovena, italiana. El autor nos propone un repaso histórico de las diferentes conquistas que sufrió la península a través de los rasgos y estilos arquitectónicos que fueron dejando su marca al paso del tiempo. Istrie es uno de los pocos sitios de Europa en donde la historia mantiene una presencia que la hace evidente y accesible. Es para nuestro guía, el mejor lugar de reposo.
Por su parte, Venecia representa para Milo Dor, todo aquello de lo que el hombre es capaz. Una ciudad que no le es extraña a ningún visitante aunque no más sea por haber sido tan retratada por diferentes autores, tan fotografiada y pintada por innúmeros artistas. Nos recuerda que su nacimiento se debió a la inteligencia y destreza de los primeros habitantes que llegaron a las islas escapando de los bárbaros que invadían Italia desde el norte. Así, se juntaron habitantes de Padua, Verona, Vicenze, lombardos…habitantes que hicieron de Venecia el mayor imperio comercial de la Edad Media. Aprovecha aquí, para llevarnos al pasado y nos pasea a través de la historia en una disertación clara que nos explica el auge y decadencia della bella citá. Repasa los rastros que quedan hoy presentes en una arquitectura suntuosa y teatral que se ve representada también en las ropas y máscaras del famoso carnaval de Venecia.
Aquella sensación de haber ya estado en la ciudad de los grandes canales que le provoca al primer visitante, también la puede sentir al llegar a la región Toscana. No solo reconocida por la producción del tradicional y uno de los mejores vinos del mundo como es el Chianti, sino también por haber albergado una civilización que desapareció sin dejar grandes rasgos como son los Etruscos. Milo Dor, nos lleva a través de las diferentes teorías del misterioso origen y desaparición de este pueblo singular. Vemos un poco del Milo Dor hombre para el cual el mayor triunfo de la vida está representado en dos cuadros que muestran el fin de jornada de un matrimonio que luego de tomar un baño, se acuesta a dormir. Una escena por demás sencilla, por demás común, pero que le inspira confianza en lo que debe ser la vida: amor. No es solo la historia, nuestras raíces, nuestro pasado, también es nuestro cotidiano, también podemos encontrar nuestro SER en los actos más simples y rutinarios del día a día.
Sobresale además un problema que sufren no solo las pequeñas aldeas toscanas mas todas las pequeñas aldeas europeas, y nos llama la atención al respecto. Apenas quedan algunos ancianos cuando no están completamente abandonadas….A pesar de ello, nos dice nuestro guía, los comerciantes van a la ciudad, los paisanos trabajan la tierra, los artistas tienen sus ateliers y frente a la puerta de la ciudad un grupo de niñas juega a la rueda rueda: es un escenario de calma y felicidad.
Lo que más sobresale del pasaje por Lombardia es el recuerdo que le surge de su infancia pasada en la región del Banat. No solo por el paisaje monótono sino también por su gente poco locuaz que guarda características muy similares. Es una zona campesina que también ha tenido su lugar en la historia, a la que pocos jóvenes regresan pero que se mantiene viva a pesar de no ser destino de muchos turistas.
Más marcante resulta entonces la visita a Trieste. Ciudad que le parece a nuestro autor, más austriaca que muchas ciudades actuales de aquel país. Quizás sea por ello que se siente tan en casa como en Viena. A pesar de quedar pocos rastros del periodo romano se puede encontrar su presencia, una vez más, en su arquitectura. Realza la importancia de un puerto que supo ser, que ya no es y que intenta volver a ser. Nos cuenta su relación con Viena en otros tiempos, no solo comerciales mas también en el área de la ciencia, de la psiquiatría específicamente. Nos desvía un poco del recorrido histórico para poner como ejemplo un trabajo que encuentra excepcional hecho a nivel de esta área del estudio humano. Plantea aquí, uniéndolo al trabajo psiquiátrico, y dado que lo asume como una enfermedad mental, un tema que retomará luego, pero que ya vimos, que es el del nacionalismo. Trieste fue uno de los centros del movimiento fascista. Con habitantes croatas, eslovenos, italianos, pasó de mano en mano, entre Yugoslavia e Italia, queriendo cada uno resaltar un fuerte nacionalismo interno.
Trieste marca así, para Milo Dor, una gran lección que es, en definitiva, la que intenta dar a lo largo de todo su libro. Los pueblos de costa septentrional del Mediterráneo y del espacio centro europeo están hechos para entenderse, más allá de los nacionalismos, de las religiones y de las ideologías. Entender esto significa, para él, haber aprendido la lección, haber aprendido de los errores y poder enfrentar un futuro en común.

Voivodina, Dubrovnik y el Danubio

Voivodina y Dubrovnik representan la infancia y primera juventud de Milo Dor. Haber crecido en un paisaje de planicie inmensa donde causaba impresión “no tener donde esconderse” marcaron al autor en la medida que resiente hoy esa inmensidad que tanto busca en sus rencuentros con el también inmenso mar cada vez que se dirige al sur. Una tierra que fue turca, austro-húngara, serbo- croata-eslovena, para acabar yugoslava al momento de nacer nuestro guía. A la vez que nos relata los hechos históricos nos cuenta un poco de su vida, de su padre, hechos personales que junto con la historia formaron su primera infancia. Le da un rostro humano a los acontecimientos históricos que nos podían parecer en exceso abstractos. Cuando regresa a su tierra, Milo Dor encuentra el conflicto de las minorías, se reencuentra con sus ancestros, se enfrenta a la americanización, a la melancolía, a la tristeza, a la mezcla de lenguas y culturas eslavas, se encuentra con un pasado que fue y al que no quiere volver: “no tengo más nada que hacer aquí” acaba diciéndonos…
Cada uno de nosotros tenemos nuestros puntos de referencia que marcan el camino de nuestra existencia. Uno de esos puntos es para Milo Dor la ciudad de Dubrovnik. Un sitio que supo conquistarlo poco a poco, transformándose en cierto modo, en su lugar. Un sitio que le provoca buenos recuerdos, donde la historia se vive como el presente, un punto fronterizo ubicado en la punta más meridional de Croacia. Es este un capitulo cargado de historia, una parte de su historia que le es placentera y así nos lo trasmite. Una ciudad que da pena abandonar.
El Danubio es lo que para Milo Dor debiera representar Europa: la unión de numerosos países y pueblos. Es un destino del que no ha podido escapar, un río que baña las costas de las tres ciudades que marcaron la vida del autor, Viena, Belgrado y Budapest. Es el lazo que conforma un triángulo amoroso en cuyo centro está gran parte de su vida. Es el río que otrora separó, que sirvió de frontera mas también de vía de comunicación. Es esta la que debe mantenerse como función primordial.

Mitteleuropa

Toustain Du Lac decía, citando a Gyogy Conrad, que el hombre « mitteleuropeo » es aquel al cual la división del continente lastima, toca, molesta, inquieta y oprime. Para este autor es un mito en términos políticos pero muy real en términos culturales, como concepto que une tres grandes civilizaciones: la occidental, la eslava ortodoxa y la herencia del Islam del Imperio Otomano.
Para Milo Dor, la Mitteleuropa es su patria, a su vez, su patria es Europa. Cada uno tiene su propia visión. Por un lado los polacos y húngaros, por otro los franceses y alemanes, los propios intelectuales. Según Dor, es un concepto que ha sido reinventado a lo largo del tiempo de acuerdo a la puesta al día. Para él uno de los rasgos de su mitteleuropa es el estado plurinacional, tomando como ejemplo la Yugoslavia de Tito, que no defiende pero de la que saca una lección: los pueblos no son capaces de convivir pacíficamente. Lamenta la decadencia de las construcciones multiculturales y los Estados plurinacionales en ese sentido. La presencia de una comunidad judío-alemana, que estaba instalada en todas partes, hizo que fuera un contributo fundamental a la creación de la cultura centro europea. Es un ingrediente, junto con el idioma alemán, esencial a la existencia de este concepto.

En definitiva, más allá de la realidad, la mitteleuropa es también un sentimiento, una forma de sentir una parte de Europa, y eso es lo que nos transmite Milo Dor en su libro. La cultura y la historia se transforman en un valor agregado de estos países que tienen un origen común que no debemos olvidar y que el autor nos recuerda permanentemente a lo largo de todo el viaje. Es el intento de preservar lo bueno del pasado, con un rostro más humano, que debe unificar para el futuro. Mitteleuropa no es únicamente un espacio geográfico, es mucho más que eso, es también una cultura común, una historia común, es toda una comunidad que forma parte de un espacio aún mayor que es el continente europeo.
Milo Dor nos lleva en un viaje a través de palabras que provocan en nuestra imaginación un sinfín de imágenes, nos invita a conocer lugares, nos propone música y poemas de lugares que han pasado por encantos y desencantos pero que no por ello dejan de ser maravillosos. Es otra manera de ver “la otra Europa”, una manera que le hace mucha falta…

Bibliografía

Dor Milo. 1996. Mitteleuropa. Mythe ou Realite. Itália. Fayard
Matvejevic Predrag. 2003. L’Europe et l’Autre Europe.
Du Lac Toustain. Miteleuropa : permanence d’un concept ?
Beller Steven. 1991. Reinventing Central Europe. Centre for Austrian Studies.
Reisenleitner Markus.1998. Tradition, cultural boundaries and the constructions of spaces of
Identity.

miércoles, 6 de julio de 2011

MITTELEUROPA: Un paseo de la mano de Milo Dor (Primera parte)

Es lo que nos propone este autor con su libro “Mitteleuropa, mito o realidad”. Un paseo a través de poco más de 200 páginas en el que nos cuenta sus vivencias, su manera de sentir cada lugar, algunos recuerdos, todo mezclado con una magistral clase de historia. Es Europa Central a flor de piel…Istrie, Venecia, Voivodina, Dubrovnik, Toscana, el Danubio, Lombardia, Trieste, Belgrado, Budapest, Viena, Praga…es la Europa central de Milo Dor.

Poco podemos decir de este autor, no más que nació en Budapest en 1923, que fue educado en la zona yugoslava de Banat, que se instala en Belgrado para terminar haciendo de su casa la ciudad de Viena. Sufrió el exilio después de haber sido expulsado de la Universidad por sus actividades políticas en 1940 y de haber sido arrestado dos años más tarde antes de ser deportado a la ciudad austriaca. Milo Doroslovac, como es su verdadero nombre, se va dejando conocer a medida que se avanza en el viaje, dejándonos ver su interior al llegar a los últimos destinos. Así vamos a conocer primero al autor y luego lo que nos dice, haciendo un repaso un poco desordenado del orden cronológico que nos propone en su libro.

Praga
Quizás la ciudad del antiguo bloque del este que más ha sufrido la degradación arquitectónica del régimen comunista, quizás la ciudad en la que el autor encuentra más rastros de historia por ser centro que une el norte con el sur, el este con el oeste, en la que se ve y se siente el pasaje de décadas de descuido, de abandono, en la que nota el cambio desde su primer visita en 1938, a la última ya luego de la caída del muro de Berlín. “Praga fue para mi una ciudad llena de luz, de caras radiantes que miraban el futuro con confianza a pesar de la amenaza que representaba la Alemania de Hitler” declara el autor. Cuando resulta invadida por Alemania, Milo Dor sale a las calles de Belgrado a protestar contra tal atropello. Era estudiante liceal y fue la primera vez que se enfrentó a la autoridad. Queda clara la importancia que representa esta ciudad no solo en términos históricos sino como el inicio de la actividad política que desarrollaría después. En 1946 vuelve a una Praga a la que la guerra no había logrado quitarle el entusiasmo y la confianza que provocaba la libertad recién recuperada: “estaba fascinado con la animación de las calles” dice el autor. Un ánimo que duraría poco hasta que los comunistas llegaran al poder y allí se quedaran por más de cuarenta años. Milo Dor no volvería a Praga hasta entrados los años 80. En esta tercera visita nuestro guía sentirá el peso de un gobierno represor que había hecho desaparecer la alegría de las calles en las que ahora solo reinaba el silencio. A pesar de respirarse un aire tenso, obtendrá de esta visita una vivencia que no olvidará: por un segundo se darán determinadas características climáticas, de luz, de paisaje que lo harán sentir que se encuentra en el sur, más precisamente en Italia. ¿Por qué es relevante? Porque durante todo el transcurso del viaje (léase libro), Milo Dor intenta mostrarnos una Europa única, en la que hasta los pueblos que menos nos parecen influenciarse tienen cosas en común, más allá de la historia, rasgos culturales, lingüísticos, etc. El propio Milo Dor no se asume húngaro, austriaco o yugoslavo, sino europeo él mismo. Cuando vuelve, años más tarde, intenta recuperar la experiencia. Praga había recuperado la vida, la opresión que había sentido en su última visita había desaparecido. Nos la presenta como una ciudad invencible, cuyo pueblo cayó y se levantó una y otra vez. Vemos aquí, también, el Milo Dor político que lamentó el ataque fascista, que lamenta la destrucción comunista, pero que a su vez, puede ver más allá y mostrarnos a través de las letras la poesía que encierran ciudades llenas de sufrimiento, llenas de historias de luchas y desencuentros, un Milo Dor que lamenta la separación étnica, la lucha religiosa, porque todos son uno y parte de la misma cosa.

Belgrado, Budapest, Viena.
Son las tres ciudades que marcarán la vida de nuestro guía, un triángulo amoroso al borde del Danubio que le dejarán huella, cada una a su manera. Su llegada a Viena fue accidental, en 1943 siendo prisionero en Serbia es deportado a esta ciudad austriaca a un campo de trabajo forzado. Allí se quedará, primero obligado, luego por decisión. Nos cuenta cómo encuentra en Viena su casa (son chez soi) luego de pasar un largo periodo aprendiendo a conocerla y a quererla. Como capital cosmopolita y multicultural, dice, hasta un serbio como él, parte griego, nacido en Hungría y educado en Yugoslavia, podía sentirse en casa.
“Cada ciudad se reduce para cada uno de nosotros a algunos detalles que tienen un significado particular” dice Milo Dor, y son esos detalles los que nos cuenta en este destino, el significado particular que cada una de las tres ciudades tiene para él.
Es en Budapest donde encuentra la mejor vista sobre el Danubio, y donde nace en 1923, casi por accidente ya que apenas semanas después es trasladado a la ciudad que siente realmente como propia, Veliki Bečkerek, en Yugoslavia. A pesar de ello su ciudad natal no le es tan extraña como podría parecernos por las innumerables historias contadas por su madre que la mantuvieron presente a lo largo de su juventud. Nos presenta a los habitantes de esta ciudad particularmente abiertos a las novedades y nos muestra un país en el que la comunidad judía tuvo gran importancia en lo que se refiere a su crecimiento económico, un país en el que se siente y se ve el pasaje turco, un país, finalmente, que siempre miró al oeste a pesar de sus ancestros haber llegado del este. La puerta de entrada a ese “oeste” se encuentra en Viena.
Milo Dor encuentra varias razones por las que puede ligar Viena a su vida, pero por sobre todas las cosas explica cómo un sentimiento de confianza que invadía a sus padres, esta capital de un imperio que fue, hizo que terminara allí. Por alguna razón la encontraban un lugar seguro para esperar el fin de la guerra. Sin embargo, dice el autor, algo salió mal, es arrestado y solo por azar es que sale vivo. Obviamente al acabar la pesadilla solo quiere hacerse de un poco de dinero y salir de allí. Lo que no era tan obvio es que, una vez con todos los papeles en regla y el dinero suficiente para emigrar a los Estados Unidos, decidiera dejar pasar el barco y quedarse en Viena.
“Nuestra ciudad es una amante infiel (…) perversa, que llora sus amantes cuando los maltrató toda la vida” nos dice, así fue que Viena lo convenció de quedarse. Y parece no haberse equivocado, lo que nos cuenta de Viena, de su barrio, nos transmite calma, una sensación de espacio agradable, cultural, de “petit quartier mignon”, nos trasmite el amor que siente por ella, nos invita a conocerla. Es un pasaje en el que Milo Dor se muestra más débil en el sentido más positivo de la palabra. Todo el relato es como una poesía a la Josefstadt, su calle. Casi un homenaje al barrio que supo recibir personajes célebres, comunidades diferentes, un mundo multicultural…un barrio que representa Austria. Al decir de Jorg Mauthe, ser austriaco no es una nacionalidad, es compartir una visión del mundo. En definitiva Viena es su casa, su tierra y todo lo que ello representa.
Al hablarnos de Belgrado evoca recuerdos de infancia, de tardes frescas de verano, de corsos y charlas de libros, de cines y teatros. Nos pone frente a la librería en la que soñaba ver algún día uno de sus libros y si bien se encuentran hoy allí en versión serbo-croata, la felicidad que ello le inspira ya no es comparable con aquella que hubiera sido en aquel momento. Esta ya no es su casa…Belgrado es una ciudad en la que la poesía de otras es más difícil de encontrar, una ciudad que aún no ha resuelto muchos de sus innúmeros conflictos, donde la vida se hace difícil. A lo largo de la historia se vio destruida por todos los invasores posibles y reconstruida una y mil veces. Hoy lucha con la cantidad de habitantes, de inmigrantes que llegan a diario de ciudades y países vecinos a probar mejor suerte. Comunidades que se mantienen separadas, distantes las unas de las otras, una crítica que deja clara Milo Dor cuando la compara con una gran ciudad norteamericana donde los inmigrantes cultivan sus viejas tradiciones y tratan de imponerse unas colectividades a otras, donde cada uno intenta obtener lo mejor para sí…Plantea una “americanización” excesiva y sin ningún encanto.
Aparece aquí también el Milo Dor político, comprometido, crítico. Existen en Belgrado una docena de partidos políticos. Si bien se distinguen por el nombre, nos dice el autor, no se puede constatar ninguna diferencia notoria entre ellos porque se disputan los sentimientos nacionales y religiosos de los electores. Como en todos los Estados liberados de la presión comunista, la balanza pesa para el lado del nacionalismo que, en Serbia, se confunde con la iglesia ortodoxa nacional. Son ideologías nacionalistas que terminan siendo agresivas que obviamente acaban por enfrentarse con las otras ideologías nacionalistas agresivas de los otros pueblos yugoslavos. Es la guerra, las masacres…el odio étnico, el egoísmo…Es lo que podemos ver en los filmes de Kusturica, solo que él nos lo muestra como actor, Milo Dor nos lo presenta como espectador que sufre desde afuera.

En la segunda, y última parte, viajaremos junto a Dor por el sur y reflexionaremos con él de qué hablamos cuando hablamos de Mitteleuropa.