viernes, 1 de enero de 2010

¡Llegó!

Diciembre y enero

El fin y el comienzo. Se acabó un año, comenzó otro. Pasamos el estrés del cierre laboral, escolar, la organización de las fiestas familiares, hicimos nuestro balance tratando de encontrar la nota que le dé un dejo positivo al asunto, si es que el año no fue tan bueno (al menos para apaciguar el espíritu) y finalmente llegó…llegó el 31, ya está. Se acabó.
Si tenés niños pequeños, el año empieza muy temprano y en un silencio profundo…la verdad es que el mundo que te rodea se acaba de acostar. Es primero de enero y tanto silencio te da paz, la esperanza de que este año sea mejor anima a cualquiera. Diciembre es el cierre, enero es el principio, por lo tanto el primero es un día lleno de proyectos, lleno de ideas, de esperanzas y, de este lado del mundo, también lleno de luz. La idea no es acumular utopías, sino intentar ponerse metas realistas que nos den el impulso para avanzar en el afán de lograr esos objetivos: son las pilas con las que nos cargamos cada año en estas fechas, así que ¡enchufá el cargador y ponete las pilas! ¡FELIZ 2010!

El placer de dormir

Se trata de un instante, sólo un instante, pero que se vuelve cada vez más preciado conforme avanza uno en el camino de la vida, y cambia de intensidad dependiendo de la etapa en la que uno se encuentra.

Durante la infancia uno no lo valora porque en realidad es casi un switch que se apaga solo, sin pedir permiso y en cualquier lugar. El sueño, a esta altura, es casi insolente, llega de un momento a otro y, no hay manera, baja las persianas sin avisar. Es casi un desmayo en el que los niños caen como piedras y no hay quién los despierte (aclaro: el “quiero seguir durmiendo” de las mañanas lectivas no cuenta, que es más un “no quiero ir a la escuela” que el verdadero aprecio por seguir en los brazos de Morfeo).

Durante la adolescencia descubrimos de qué se trata ese preciso (y precioso) instante en el que apoyamos la cabeza en la almohada y aflojamos el cuerpo, aunque es cierto que muchas veces es más un impulso instintivo de un deseo profundo de que se nos pase la borrachera y dejar de sentirnos mal. Porque para apreciar el placer de dormir uno tiene que estar verdaderamente cansado, agotado…es casi el oasis que no alcanzo caminando en medio del desierto aunque hace horas que lo veo y camino hacia él…si llegara, sería comparable a ese instante.

Más adelante, y también, se mezcla con el agotamiento del estudio y se transforma en ese momento en el que decidimos no leer más y dormir (porque en realidad nos despertamos con tremenda tortícolis, dormidos arriba de los libros)…el placer de dormir va aquí por un carril y, por el otro, la culpita y el estrés de todo lo que queda por leer y los pocos días para hacerlo.

En la edad adulta, fuiste madre y descubriste el verdadero significado de la palabra agotamiento, el verdadero cansancio (y creíste que aquello era estar cansada ¡ja!), así que acá, el placer de dormir supera a cualquier otro (bien digo, a cualquier otro), es ese instante en el que, después de que lograste acostarte casi en cámara lenta y sin hacer el más mínimo ruido y cerrás lo ojos.

Después, tus hijos crecieron, ya duermen hasta más tarde y volviste a disfrutar de la noche, otra vez, el placer de dormir se confunde con la cuenta de las horas que vas a poder dormir, porque ahora sí, tenés un despertador natural que va a venir a tu lado de la cama para decirte que ya es de día. Ese momento tiene un componente más que va de la mano con los años y es el cansancio físico, además del sueño.

El sueño y el placer de dormir en la vejez supongo que tienen otro significado muy distinto…cuando llegue te cuento.